Quizá no afecte aún a demasiadas personas, pero el dolor crónico es una lacra que condiciona la vida de todas ellas. Las incapacita para desarrollar hasta las tareas más sencillas. Les dificulta el descanso, con lo que ello supone de pesada mochila para el transcurrir de sus vidas. Puede llegar a incidir además en sus relaciones personales (amigos, familiares, la pareja, etc.) y derivar en un caso de aislamiento. Muchas veces porque el enfermo se siente incomprendido por los que le rodean. Se calcula que aproximadamente un 20% de los españoles padece algún tipo de dolor crónico.

El dolor crónico afecta a cualquier parte del cuerpo: espalda, cuello, cara, articulaciones de las rodillas, las manos, etc. No es sencillo detectar cuándo alguien lo padece. Pero hay más o menos un consenso a la hora de señalar que existe dolor crónico cuando se sufre desde hace más de tres meses. Pero determinar su origen es una tarea ardua en muchas ocasiones. Puede que ni los médicos ni las pruebas diagnósticas más avanzadas den con la causa. Porque el dolor crónico es una enfermedad en sí misma y no un síntoma.

No hay un criterio común, ni para su diagnóstico ni para su tratamiento. A veces aparece sin más, como de repente y sin aparente justificación. En otras ocasiones puede responder a una lesión traumática, como alguna caída o golpe. O a causa de un cáncer, e incluso una operación quirúrgica o un tratamiento médico. A veces simplemente aparece con la edad.

Los médicos se ven, en ocasiones, impotentes a la hora de controlar el dolor, y acaban recurriendo a la que, hoy por hoy, es la manera más fiable de abordar el problema: las Unidades del Dolor, donde trabajan médicos especialistas que cuentan con formación específica y herramientas necesarias para un tratamiento individualizado y multidisciplinar, que puede incluir soluciones farmacológicas, técnicas quirúrgicas y hasta una modificación de los hábitos y estilos de vida.